Decía mi padre que la lucha por la vida era muy dura y que había que irse preparando para hacerla frente con las únicas armas con las que podíamos dominarla, con las armas de la inteligencia.
La irrupción de una plaga no tenía por qué mejorar la inteligencia ni la cordura, más bien al contrario: la gente amenazada se imbeciliza más, unos porque se acobardan en exceso, otros porque se rebelan contra la amenaza negándola y creyendo en teorías conspirativas del todo ajenas al raciocinio, a la ciencia no digamos.