Citas Del Dia

Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres.

Estaba deslumbrada por el paisaje. Soportó el calor húmedo y los mosquitos como si no los sintiera, atenta a esa naturaleza que parecía envolverla en un abrazo. Tuvo la impresión de que había estado allí antesi tal vez en sueños o en otra existen.

Los días transcurrían lentos en aquella época. Clarisa nunca se adaptó a los sobresaltos de los tiempos de hoy, siempre me pareció que estaba detenida en el aire color sepia de un retrato de otro siglo.

¡Los varones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas.

Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares ya está perdida.

Conoció la necesidad perentoria y fatal, si se quiere seguir viviendo, de destruir hasta el último rastro del pasado.

Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos.

Porque el futuro pertenece a Dios, y él sólo lo revela en circunstancias extraordinarias.

Mientras los otros zapateaban y brindaban, él hora tras hora, en un rincón, acariciaba las hebras blancas que le obedecían dócilmente y, a su mando, podían susurrar, reír, sollozar.

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.

Fueron dos novios dichosos entre la muchedumbre, y hasta llegaron a sospechar que el amor podía ser un sentimiento más reposado y profundo que la felicidad desaforada pero momentánea de sus noches secretas.

Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia.

Es un libro que habla de lo que hablan casi todos los libros. De la incapacidad que las personas tienen para escoger su propio destino.

No sé qué me decían sus ojos; posiblemente me daban toda su vida y toda su alma en una entrega infinitamente dichosa.

Sólo vi tus ojos reflejados en el agua y entonces ya no pude ver mi reflejo sin el tuyo a mi lado.

La verdad es que la vida en mi familia poco tenía de placentera, pero como no nos es dado escoger, sino que ya —y aun antes de nacer— estamos destinados unos a un lado y otros a otro, procuraba conformarme con lo que me había tocado, que era la única manera de no desesperar.

Cada hora me llega empujada por las horas que le precedieron; no he conocido el porvenir. Y ahora que empiezo a vislumbrarlo me parece se me va a convertir en pasado.

Su fe y su esperanzar no le habían fallado nunca. Pero ahora empezaban a revigorizarse como cuando se levanta la brisa.

Era demasiado simple para preguntarse cuando había alcanzado la humildad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no comportaba perdida del orgullo verdadero.

Usted ha visto lo que jamás vio nadie en el mundo de los vivos sobre el destino de la humanidad, sobre la razón de sus terrores y de sus míseras ansias de serenidad.

La maldad por la maldad era cosa que no comprendía, señor Reátegui.

¿Hay algo que auste más que el infierno? Y, sin embargo, la gente hace maldades. El miedo no frena a la gente en todas las cosas, Fushía.

Sobre la falta de aburrimiento Conrad dice quees la prueba de oro de la salud. Mi salud, según esto, debe ser excelente.

Se avergonzó de haberlo hecho una vez, de haber pensado que su amor podría tener fin o medirse como se mide el tiempo de otras cosas.

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

En la mutua confianza que depositan el uno en el otro —el padre de sienes plateadas y la criatura de trece años—, no se engañan jamás.

¿Y mañana? ¡Mañana es de Dios! ¿Y ayer, de quién es? ¿De quién es ayer? ¡Oh, ayer, tesoro de los fuertes! ¡Santo ayer, sustancia de la niebla cotidiana!

Sólo una cosa tendría derecho a despertarla, sólo una felicidad tendría derecho a interrumpir esta felicidad del cuerpo sereno en el sueño, recortado sobre la sábana, envuelto en sí mismo con una tersura de luna enlutada.

Pero el ser humano es así. Sustituye gran parte de sus emociones por el miedo.

Mucho me dio que pensar, porque quería hacer un claro en la memoria que me dejase ver hacia qué tiempo dejó de ser una madre en mi corazón y hacia qué tiempo llegó después a convertírseme en un enemigo. En un enemigo rabioso, que no hay peor odio que el de la misma sangre; en un enemigo que me gastó toda la bilis, porque a nada se odia con más intensos bríos que a aquello a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido.

Sigue navegando y acepta las cosas tal como vengan.

¡A qué buscar luces, fuegos fatuos de una felicidad muerta, sellada a fuego en el cofrecillo hormigueante de una fiebre cerebral! Olvidarla… Siendo lo que hubiera deseado, era precisamente lo que no podía hacer.

Creo que el lente de la máquina tenía un efecto extraño en él, como si lo transportara a otro tiempo, desde el cual podía ver los acontecimientos sin participar realmente en ellos.

Otra noche pasada había mirado hacia los astros; nada ganaba con recordarlo. Ya no era aquél, ni los astros eran los mismos que su mirada juvenil contempló.

TÚ sobrevivirás: volverás a rozar las sábanas y sabrás que has sobrevivido, a pesar del tiempo y el movimiento que a cada instante acortan tu fortuna.

¡Nada hiede tanto ni tan mal como la lepra que lo malo pasado deja por la conciencia, como el dolor de no salir del mal pudriéndonos ese osario de esperanzas muertas, al poco de nacer, que —¡desde hace tanto tiempo ya!—nuestra triste vida es!

Cuando la paz invade las almas pecadoras es como cuando el agua cae sobre los barbechos, que fecunda lo seco y hace fructificar al erial.

Y en ese instante, como si lo supiera todo, ella le dijo que el miedo es más fuerte que el deseo, el amor, el odio, la culpa, la rabia, más fuerte que la lealtad. El miedo es algo total, concluyó, con las lágrimas rodándole por el cuello.

Ésa es otra cosa buena de la Mangachería, no hay diferencias. Hombres, perros, cabras, todos iguales, todos mangaches.

El mundo es grande. Todos pueden vivir en él.

Si la alegría del hogar, el amor extremo, el encanto de una hermosa criatura en nuestros brazos pueden constituir la felicidad de un hombre, yo soy feliz.

Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.

A veces, me parece que la falta de sangre y de muerte nos desespera. Es como si sólo nos sintiéramos vivos rodeados de destrucción y fusilamientos.

La que siempre es la rosa de las rosas,la joven flor platónica.

Al que el destino persigue no se libra aunque se esconda debajo de las piedras.

Por tanto tiempo se ganó la vida fabricando bombones en su cocina, que el aroma del chocolate la impregnó totalmente y olía a fiesta de cumpleaños.

Sus inmovilidades pensativas, soñando con los ojos entrecerrados, tenían para ella misma la elocuencia de casi un dúo de amor.

No le sorprendió que Marcia no diera indicios de acompañarlo. Tal vez en el fondo lo prefirió así, porque comprendió que ella representaba su más peligrosa flaqueza, la única que podría hacerle olvidar el poder.

Conozco también el valor del alma humana cuando se la somete a rudas pruebas.

La besé ardientemente, intensamente, con un cariño y con un respeto como jamás usé con mujer alguna, y tan largo, tan largo, que cuando aparté la boca el cariño más fiel había aparecido en mí.