A veces, me parece que la falta de sangre y de muerte nos desespera. Es como si sólo nos sintiéramos vivos rodeados de destrucción y fusilamientos.
Cuando las personas eran creyentes, maldecían sin más a Dios, causante último de cuanto ocurría. Una vez perdido ese chivo expiatorio por antonomasia, que nunca pagaba sus deudas ni recibía castigo, queda abierta la veda y nadie se salvará. Algo de enfermizo sí que hay.
Siempre pensó que la acción contamina y nos obliga a traicionarnos, cuando no la preside el pensamiento claro.