Sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez este absurdo infinito.
Pero ¿acaso no consiste en eso estar vivo? ¿No es la vida unanegación constante de la muerte?
Todos necesitamos testigos de nuestra vida para poder vivirla.
Pero las mejores vidas resultan cortas, porque siempre les quedarán cosas buenas por hacer.
Pero el hombre no es dueño de la vida, ni siquiera de la propia.
Las cosas y sus sentimientos se han ido deshebrando, han caído fracturadas a lo largo del camino: allá, atrás, había un jardín: si pudieras regresar a él, si pudieras encontrarlo otra vez al final.
Todo continúa invariable, más o menos. Yo pienso, en cambio, que se rompió el hilo de la continuidad de nuestras vidas.
La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos.
¿Quién no será capaz, en un solo momento de su vida —como tú— de encarnar al mismo tiempo el bien y el mal, de dejarse conducir al mismo tiempo por dos hilos misteriosos, de color distinto, que parten del mismo ovillo para que después el hilo blanco ascienda y el negro descienda y, a pesar de todo, los dos vuelvan a encontrarse entre tus mismos dedos?
Tal como decía mi honorable padrastro, teníamos trabajo, cariño y dignidad, no necesitábamos nada más.
La vida, un ballet sobre un tema histórico, una historia sobre un hecho vivido, un hecho vivido sobre un hecho real.
La vida, fotografía del número, posesión en las tinieblas (¿mujer, monstruo?), la vida, proxeneta de la muerte, espléndida baraja, tarot de claves olvidadas que unas manos gotosas rebajan a un triste solitario.