Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos.
Decía que a la violencia del sistema había que oponer la violencia de la revolución.
Su extraña belleza tenía una cualidad perturbadora de la cual ni ella escapaba, parecía fabricada de un material diferente al de la raza humana.
Quedaba atrás una estela de esperanza (...) como el recuerdo magnífico de un cometa.
Cuando casi había conseguido su propósito, apareció su abuela Clara, a quien había invocado tantas veces para que la ayudara a morir, con la ocurrencia de que la gracia no era morirse, puesto que eso llegaba de todos modos, sino sobrevivir, que era un milagro.
Las palabras son gratis, decía y se las apropiaba, todas eran suyas.
Cuando me tuvo miedo, la vida se nos convirtió en un purgatorio.
Tal como decía mi honorable padrastro, teníamos trabajo, cariño y dignidad, no necesitábamos nada más.