Algo ocurrió entonces en su interior; algo misterioso y definitivo que lo desarraigó de su tiempo actual y lo llevó a la deriva por una región inexplorada de los recuerdos.
Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.
A veces sentía unos ramalazos de culpa, pero enseguida le fallaba la memoria y las imágenes del pasado desaparecían en una niebla densa.
La memoria es el deseo satisfecho: sobrevive con la memoria, antes que sea demasiado tarde, antes que el caos te impida recordar.
La memoria es el deseo satisfecho hoy que tu vida y tu destino son la misma cosa.
Me espanta pensar con qué puntualidad me es fiel la memoria, en estos momentos en que todos los hechos de mi vida —sobre los que no hay maldita la forma de volverme atrás— van quedando escritos en estos papeles con la misma claridad que en un encerado.
Tajo de tu memoria, que separa las dos mitades; soldadura de la vida, que vuelve a unirlas, disolverlas, perseguirlas, encontrarlas: la fruta tiene dos mitades: hoy volverán a unirse: recordarás la mitad que dejaste atrás: el destino te encontrará.
Quién sabe si el recuerdo puede realmente prolongar las cosas, entrelazar las piernas, abrir las ventanas a la madrugada, peinar el cabello y resucitar los olores, los ruidos, el tacto.
A veces para exorcizar los demonios de un recuerdo es necesario contarlo como un cuento.
Todo va tan rápido, y hay tal necesidad de amnesia y de pasar en seguida a otra cosa, que se corre el riesgo de que las mayores felonías queden sepultadas.
Entonces más vale recordar. Dicen que es bueno recordar.
Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.