Dolor, frases

A lo único que no pudo cambiarle el nombre fue a ese dolor animal que la doblaba en dos al recordar a su hijo, de modo que optó por no mencionarlo jamás.

Cada padecimiento de la niña me dolía como a él, sentía su misma frustración, su misma impotencia.

Yo me acostumbro a este dolor: nada puede durar eternamente sin convertirse en costumbre.

No era un dolor de músculos entumecidos, sino de tristezas acumuladas y de abandono.

Dejaba que la pena muriese con el tiempo, como las rosas cortadas, guardando mi silencio como una joya por intentar sufrir lo menos que pudiera.

Hay un dolor de huecos por el aire sin gente.

Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío.

Ay dolor que se está venciendo a sí mismo, ay dolor que te prolongas hasta no importar, hasta convertirte en la normalidad: ay dolor, ya no soportaría tu ausencia, ya me acostumbro a ti, ay dolor, ay...

Yo he sufrido, es bien posible, llorado, aullado de dolor; debo creerlo porque así lo he escrito.

También descubrió que era un joven rencoroso y que estaba lleno de resentimiento, que supuraba resentimiento, y que no le hubiera costado nada matar a alguien, a quien fuera, con tal de aliviar la soledad y la lluvia y el frío de Madrid.

Su dolor se descompuso en una cólera ciega contra el mundo y aun contra ella misma, y eso le infundió el dominio y el valor para enfrentarse sola a su soledad.