La novela en general es como la corriente de la historia: no tiene principio ni fin; empieza y acaba donde se quiera.
Yo le saludo con más respeto a un perro de aguas, que al señor párroco.
En todas partes el hombre en su estado natural es un canalla, idiota y egoísta.
Para Tellagorri, los perros si no hablaban era porque no querían, pero él los consideraba con tanta inteligencia como una persona.