Yo le saludo con más respeto a un perro de aguas, que al señor párroco.
La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría, como dicen que es la de los linces…
Para Tellagorri, los perros si no hablaban era porque no querían, pero él los consideraba con tanta inteligencia como una persona.