Ella se extrañó de la fortaleza con que sucumbía, del poder de su debilidad.
Por un momento, de manera irracional, quiso alejarse de él. A continuación, de forma más racional, deseó poder amarlo sin necesitarlo. Su necesidad le otorgaba a Odenigbo un gran poder sin que se lo hubiera propuesto; aquello la hacía sentir a menudo que no tenía otra elección.
Yo ya soy fuerte. Mi fuerza es aceptar sin lucha estas fatalidades.