
Mientras los otros zapateaban y brindaban, él hora tras hora, en un rincón, acariciaba las hebras blancas que le obedecían dócilmente y, a su mando, podían susurrar, reír, sollozar.
La maldad por la maldad era cosa que no comprendía, señor Reátegui.
¿Hay algo que auste más que el infierno? Y, sin embargo, la gente hace maldades. El miedo no frena a la gente en todas las cosas, Fushía.
Ésa es otra cosa buena de la Mangachería, no hay diferencias. Hombres, perros, cabras, todos iguales, todos mangaches.
El cielo ardía de estrellas, algunas grandes y de luz soberbia, otras como llamitas de fósforos.
A la gente no le gusta vivir con gente distinta. Desconfiará, tal vez. Otras costumbres, otra manera de hablar la asustarán, como si el mundo fuera confuso, oscuro, de repente. La gente quisiera que todos fueran iguales, que los demás se olvidaran de sus costumbres, mataran a sus seripigaris, desobedecieran las prohibiciones e imitaran las de ellaю
La ingratitud es lo peor, Bonifacia. Hasta los animales son agra decidos. ¿No has visto a los frailecillos cuando les tiran unos plátanos?
Nada ataba tanto como la sangre, cierto. Sería por eso que él se sentía tan amarrado a este país de malagradecidos, cobardes y traidores. Porque, para sacarlo del atraso, el caos, la ignorancia y la barbarie, se había teñido de sangre muchas veces.
Y ahí, de nuevo, la tristeza, la cólera en el corazón, el tiempo no las aplacó.
Los que hacen mapas no saben que la Amazonía es como mujer caliente, no se está quieta. Aquí todo se mueve, los ríos, los animales, los árboles. Vaya tierra loca la que nos ha tocado, Fushía.
Van a morir muchos pero no hay que llorar, la muerte es dicha para el buen creyente.
Y es el sufrimiento del alma, sobre todo, el que hace buenos a los buenos.
Son cosas de amor y el amor no entiende razones. Tampoco acepta preguntas ni da respuestas, como decía un poeta.
Las cosas que uno menos creería, hablan. Ahí están: hablando. Los huesos, las espinas. Los guijarros, los bejucos. Las matitas y las hojas que están brotando. El alacrán. La fila de hormigas que arrastra el moscardón al hormiguero. La mariposa con arcoiris en las alas. El picaflor. Habla el ratón trepado en la rama y hablan los círculos del agua. Quietecito, tumbado, con los ojos sin abrir, el hablador está escuchando.
El hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios, también. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre.
Las desgracias caen de repente, cuando uno menos se las espera.
El miedo es como el amor, Chunga, cosa humana.